(0) EL SUEÑO DE ÍNDIG
Mi amiga Indignación… Acaba de
marcharse. Me pregunta: «¿Por qué no cuentas mi historia?». Yo me quedo
embobado. «A qué viene eso», pienso, y ella me suelta (como si me hubiera leído
el pensamiento): «El otro día me dijiste que ibas a escribir sobre mí; que lo
que decía te parecía interesante; que te preparara unos apuntes; y aquí están ―me
los muestra―; ¿los quieres?; ¿vas a hacerlo?; ¿has cambiado de opinión?».
Y le
respondo que ahora ando muy liado con la reforma pero… «¿Pero qué?… Podrías
escribir una página cada semana y publicarla en el periódico. Eso no te quitará
mucho tiempo. Me hace tanta ilusión…»
Recuerdo
entonces que no tiene ordenador ni móvil inteligente ni ipad ni nada: que es
una analfabeta digital. Y sin embargo va sobrada de inteligencia. Si no la
conociera bien, podría pensar que su analfabetismo es intencionado. Pero ella
me lo cuenta todo. Vaya, creo que es intencionado. Como lleva años
sobreviviendo, te dices: «No tiene tiempo y cuando lo tiene no tiene ganas».
Como tantos otros… Mas no. Porque es diligente, no para nunca, siempre está
haciendo algo.
Un mediodía
del invierno pasado, Índig llegó casi corriendo. «Vengo a por el libro.» Se
traga todo lo que escribo y siempre se queda encantada. Solo lee en papel. Una
amiga le imprime mis escritos digitales. Antes, cuando no la conocía, le
cobraba los libros; de eso ya hace mucho; ahora le regalo los míos y le presto
los que me gustan.
«Lo de
publicar tus cosas en el periódico…»
«Te aseguro
que es pertinente.»
«…»
«Joder,
Salvi, sabes que me paso la vida en mi particular Barricada Cultural
analógica.»
Eso es
cierto. Con todas sus connotaciones. Le digo que lo voy a hacer y entonces me
entrega sus apuntes. Mi amiga Indignación acaba de marcharse y aún siento su presencia.
«Llámame Índig para poder tildar la primera “i”, que así queda más chulo. En
esas notas ―y las señala― solo he puesto cosas íntimas, pensamientos, tonterías
que se me ocurren; el lunes empezaré a contar mi día a día. Yo lo voy a decir
todo, pero ya veremos si tú te atreves a publicarlo…»
Sonrío. Me
lee tan poca gente… Un momento… Índig está algo rara. Creo que trama algo. ¿Qué
puede ser? Se me ocurre una sola cosa: piensa que su vida cambiará mágicamente
cuando yo la moldee.
Quién sabe…
(1) ÍNDIG EN PRIMERA PERSONA
Sobreviviendo… Estoy sobreviviendo.
Llevo años sobreviviendo. ¿Qué es sobrevivir? Me voy corriendo a por el
diccionario. Aquí está, me corresponde la segunda acepción: «Vivir con escasos
medios o en condiciones adversas». Algo relativo, porque… ¿y si también se
trata de una suerte intencionada?
Otra cosa:
con lo de mi nombre te has quedado corto: no has dicho lo de Indi (que no me
gusta, pues parece indio o independiente); y tampoco le has sacado partido a su
autenticidad. Es posible que hoy hayan más Indignaciones, los indignados están
de moda y seguro que alguna pareja tiene una hijita que se llama como yo. Pero
a mí me lo pusieron mis padres en tiempos de Franco, y eso ¡se menciona,
hombre!
Sigamos:
quiero ser una primera persona: quiero contar yo mi historia: no quiero que la
cuentes tú. Moldéala si acaso, pero no añadas ni quites nada. Mi vida no va a
cambiar y sería estúpido falsearla.
Es todo lo
que tenía que decirte (respecto al primer capítulo). Empecemos pues…
Vendo
libros, revistas y cómics en los Rastros de Teulada, Pedreguer, Polop, Jalón,
Denia, Jávea y Calpe. Nuevos, usados, antiguos, raros… De todo. Llego con mi
vieja furgoneta, monto el puesto, enciendo un pitillo (con o sin mezcla) y
contemplo a la gente.
La gente…
Me apasiona
la gente. Todos tienen algo. Hasta el más insignificante. Los miro. A los ojos.
Con insistencia. Desde mi sillón plegable de playa. Ellos saben que yo estoy en
mi casa. Sus ojos habladores me lo dicen. Cómo hablan esos ojos… Pupilas
escrupulosas, expeditivas, escurridizas. La mirada del espectador ocasional.
Burgueses.
O rebeldes.
El montón
aburguesado me hace gracia, pero los rebeldes me fascinan. Ayer conocí a una y
no consigo sacármela de la cabeza. Como si me hubiera embrujado. Estoy segura
de que volveré a verla. Aunque no dijo nada al respecto, sé que desprecia al
rebaño. Es impasible, cerebral, distante.
Y se llevó
la novela que le aconsejé, Donde la brisa
te habla, la ópera prima de un autor desconocido.
(2) LA AMIGA DE ÍNDIG
Entra, me mira y arroja el libro
azul sobre el mostrador. Sonríe sin sonreír. No me quita los ojos de encima.
Pienso en los ojos habladores de Índig. Aunque estos no se limitan a hablar: se
te meten dentro. Y entonces, antes de levantarme, la reconozco sin conocerla.
Impasible,
cerebral, distante.
Suenan los Cien años de Prolýmbux y mi lectora se
deja envolver por una música que ya ha hecho suya. Baila sin bailar. Sin
moverse. Vale, sí se mueve, lo estoy viendo, pero nadie más lo advierte:
estamos a veintitantos de julio, son las siete de la tarde y la avenida es un río
de gente que mira y remira sin reparar en un baile que ella baila para sí
misma.
«Un viejo
libro que se agota, una portada irrecuperable, la historia que no morirá», me
oigo decir.
«¿Me lo
dedicas para mi colección de novelas dedicadas?»
«¿Tienes
muchas?»
«Ninguna:
esta será la primera ―Gira la cabeza―. Ya veo que has escrito más…»
«Sí… Me he
enviciado. Sin corromperme. Tercera acepción. Soy un adicto a la palabra
escrita, un yonqui retórico. O, al menos, lo intento. ―Abro la Brisa―. ¿Cómo te llamas?»
«¿Y tú me
lo preguntas?: sabes de sobra que aún no tengo nombre.»
No sé
cuánto tiempo tardo en replicar:
«¿Qué
quieres decir?»
«Bah,
Salvi, no juegues conmigo… Ten en cuenta que soy un personaje recién nacido,
inseguro, frágil.»
Pongo cara
de palo y le suelto:
«Pues a mí
me pareces impasible, cerebral, distante.»
«Por fuera:
por dentro estoy temblando de miedo.»
«¿Miedo?
¿De qué?»
«De que te
canses de mí, de no pasar de personaje secundario, de morir.»
«Qué
disparate… Además, si fueras un personaje, no serías consciente de tu
condición.»
«Si fuera
un personaje normal, no; pero soy especial; incluso sé que hay más como yo,
aunque todavía no les has dado la libertad.»
«¿Cómo?»
«Que no has
publicado sus historias, que los tienes presos en un original relleno de
correcciones y en el disco duro de tu ordenador.»
Ahora sí.
Me ha cogido bien. De esta no me escapo. Y de Índig mejor no hablar. Ella se
muerde su impasible labio. Me dedica una mirada cerebral. Y posa su distante mano
sobre la mía.
«¿Me
bautizas?»
«¿Tecleando
al azar?»
Asiente y
tomo asiento. Pulso tres teclas y me salen tres consonantes. Elimino la del
medio y dejo caer el anular de mi mano izquierda. Vuelvo con ella y articulo:
«Deg.»
«Deg…
―Acerca su cara a la mía y, cuando espiro, me roba veintiún gramos de aliento―.
Me gusta. Me gusta mucho. ¿Seré protagonista?»
Sonrío.
Quién sabe…
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