Estoy leyendo algo fascinante ―un
texto que me enreda a lo largo de 149 páginas― con un ecuador que sabe a
genialidad: y de repente se acaba sin acabarse.
Pienso en
ello. Reflexiono. Releo el espúrico desenlace. Disecciono esta novela que no
quiere serlo o que no quiere acabarse, una historia que ―consciente de su
continuidad― evita cualquier final, pues todos ellos serían postizos.
El
planteamiento es intenso, escrito con una prosa exigente, obsesiva, apabullante:
que no te deja respirar. Estamos ante una primera parte no apta para lectores
glotones, literatura cocinada a fuego lento muy recomendable para lectores
avanzados o deseosos de avanzar.
El nudo es reflexivo y justificador. En esta segunda parte se cierra una
esfera que no podía quedar abierta. Y empieza a rodar. Esta esfera contiene el
micromundo de la Trabajadora, una
mujer frágil ―tanto por dentro como fuera― enfrentada a una sociedad
indiferente, hostil, paralela. La Trabajadora
es su trabajo, su vida es su mundo laboral, el resto apenas cuenta y ella busca
un resto que sí cuente. «Qué das, qué recibes, qué esperas y cómo te
organizas», le pregunta su psiquiatra, cuestión que nuestra protagonista
relaciona únicamente con un trabajo-jaula que ella misma se construye día a día
¿para no perder la cordura o porque la está perdiendo?
El falso desenlace
es corto, frío, sospechoso. La tercera parte de un «libro que no está
terminado». La Trabajadora no puede o
no quiere inventarse un final y nos arroja un final-principio que a mí me deja
vacío porque quiero más y no hay más ni se sabe si habrá más.
*La trabajadora vive aquí:
*Y Elvira Navarro, aquí:
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