Marta Caparrós debuta con un volumen atípico titulado Filtraciones. Dos novelas cortas + dos
relatos largos. Ordenados estratégicamente. Una tetralogía sobre treintañeros.
Con la España desangrada de la segunda década del siglo XXI como telón de
fondo.
Una mirada escéptica que observa a
la sociedad y muy especialmente al varón contemporáneo. Y dentro de ese
escepticismo, dos finales felices que quizá no lo son. Aunque la reflexión está
asegurada, el padre sobradamente imperfecto no dejará de serlo por mucho que el
hijo sueñe con una puesta de sol familiar en Marsella, y el rayo de sol
(filtrado) en el invierno holandés no calienta nada (o casi nada) por mucho que
la autora quiera dejar un hueco a la esperanza.
Marta perfila con maestría a unos
personajes tan contradictorios como la sociedad que los cobija. Personas
teóricamente cultas que desearían rebelarse pero que no terminan de hacerlo: a
pesar de ser víctimas del capitalismo salvaje, siguen comprando en El Corte
Inglés; a pesar de abominar de la Navidad, se unen a la tradición petardera alemana.
Sujetos de confusas convicciones que celebran (de otro modo) lo que un
verdadero rebelde no celebraría de ningún modo.
Filtraciones nos habla de treintañeros inmaduros, casi
incompetentes. Y de treintañeras que van un paso por delante. El padre
biológico que no asume su responsabilidad, el cuñado mojigato, el amante que
falló cuando no debía fallar, el padre biológico que asume una responsabilidad que
le viene grande y el novio que piensa más en un amigo que en su novia.
Marta Caparrós encuentra el tono
para hablarnos de las relaciones humanas con un estilo aún no definido pero
prometedor. Las hermanas que no se entienden, la pareja que no se entrega
enteramente, el matrimonio que no acaba de implicarse, el padre que no supo
serlo: un rosario de relaciones humanas insatisfactorias, una mirada a la
última realidad española.
La autora narra desde la
neutralidad, sin dar más respuestas de las necesarias, dejando huecos para que
el lector saque sus propias conclusiones. Si bien no es difícil deducir qué
personajes fallaron, quién no lo dio todo o sucumbió a su propio egoísmo
provocando los daños colaterales que componen la salsa agridulce de estas cotidianidades.
Se podría decir que es una obra
feminista, pues nos muestra el fruto de la sociedad machista. En unos tiempos
en que la mujer ya no depende del hombre, a este no le vale con ser hombre. Ser
hombre ya no suma. Más bien resta. El hombre, si quiere ser deseable (como
compañero), ha de ser leal, hacendoso, fraterno. El hombre que no se entrega,
no sirve. La inmadurez que siempre acompañó al género masculino (y que en otros
tiempos fue tolerada o incluso ensalzada) resulta hoy día patética: no están los
tiempos para niñerías. Ciertamente, en esta España nuestra tan maltratada hay
de todo (tipos cabales incluidos), lo que no es óbice para que se hable de esa
mayoría masculina que no ha sido adiestrada en las labores domésticas.
Si tuviera que ponerle un pero a
este libro, diría que he echado en falta ese aprendizaje ascético que Chirbes
se autoexigió antes de publicar su primera obra, «esa búsqueda a la vez paciente y desesperada ―decía Carmen
Martín Gaite―, ensayando el oficio, guardando en un cajón novelas que no le
satisfacían del todo, podando su prosa de excrecencias innecesarias y viviendo
sin prisas una etapa ascética de aprendiz exigente».
No obstante, cada cual es como es
y el que escribe fue el primero que publicó saltándose ese aprendizaje ascético.
Me decía Manuel Moyano el otro día que «hoy todo se hace con prisa», y tal vez
nos hemos contagiado. Entiendo, pues, que lo importante es cumplir con ese
aprendizaje ascético, ya sea antes o después de haber debutado.
«Antes
me importaba hacerlo bien ―comentaba Elvira Navarro―, cosa ésta que pasa por el juicio
externo, pues aunque una dé lo mejor de sí eso no garantiza que el resultado
sea bueno; ahora, aunque por supuesto sea sensible a la opinión ajena y siga
tratando de dar lo mejor de mí, lo que más me importa es hacer lo que yo
quiero, investigar lo que me interesa, equivocarme o acertar en mis propios
términos», y yo percibo a una Marta Caparrós que no ha escrito estas Filtraciones desde la entera libertad
sino pensando en cómo la crítica más conservadora quiere que se escriba.
El resultado es un estilo algo
encorsetado, como si el texto tuviera que ser aprobado por un comité de lectura
y a la autora le hubiese dado miedo arriesgar más. De acuerdo, el grueso
literario no arriesga (qué aburrimiento, ¿no?), pero intuyo que Marta sí sabría
hacerlo.
Segundo y definitivo «no
obstante»: aun dentro de la Ley, estas Filtraciones
esconden destellos de originalidad; podrían ser ―¿por qué no?― las facetas a
medio pulir que estos naufragios personales necesitaban; chispazos geniales
dando forma a la frustración contemporánea; la historia de unos inocentes
flotando en la estela de una sociedad que más parece un maltrecho buque a la
deriva.
Consigue tu ejemplar pinchando en el título ↓
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te escucho